La nueva biografía de Nautilus nos presenta un gigante acorazado con alma humana
Con la llegada de Pyke, el Titán de las profundidades recibe un Lore completamente renovado. Proveniente de aguasturbias, la nueva biografía cuenta una historia de traición, pero también de resilencia.
Con la inminente llegada del Parche 8.11 y Pyke, había que hacer una revisión a la región de Aguasturbias, lugar de donde proviene el destripador del muelle rojo.
Con esto en mente, el equipo de narrativa de Riot, puso su mirada en Nautilus, tal y como cuentan en su último artículo de Nexo: Sumerjámonos en la Biografía de un Campeón, las razones para actualizar la biografía de Nautilus, eran, más alla del abandono del campeón por ser antiguo, una falta de identidad que había que primero profundizar.
Luego de explorar las distintas posibilidades, se llegó al resultado, un campeón único con una historia renovada. Te invitamos a leerla.
Biografía de Campeón: Nautilus
Para comprender la leyenda de Nautilus, primero hay que conocer al hombre dentro de la armadura, pues hasta las historias más alocadas coinciden en algo: solía ser humano.
A pesar de que las olas se llevaron el nombre con el que nació, la mayoría no recuerda a Nautilus como un simple marinero, sino como un buzo salvaje. Un poco más allá del acceso al extremo sur de las Islas de la Llama Azul, existe un cementerio de embarcaciones; cuentan los rumores que se perdieron en búsqueda de una tierra bendita, queriendo intercambiar riquezas por inmortalidad. Hay días en que su brillo invita a los osados desde debajo de la superficie. Fueron muchas las tripulaciones que enviaron a sus buceadores en búsqueda de las riquezas perdidas, pero ninguno podía igualar la habilidad de Nautilus, quien era corpulento y tenía la destreza de sumergirse a gran velocidad.
Sus pulmones podían robarle el aire a las velas de los galeones y Nautilus, por lo tanto, prefería el buceo libre. A pesar de que siempre traía grandes riquezas y joyas a la tripulación, el hombre no exigía una remuneración extraordinaria; su única petición era que el capitán debía arrojar una moneda por la borda mientras zarpaban, para honrar y apaciguar al vasto mar. Superstición de marineros, sin duda, pero no eran pocos los temerosos del mar que hacían tales ofrendas para asegurarse de volver a salvo.
Muchos años de salvataje disminuyeron los tesoros fáciles, y cada vez los botines eran menores, hasta que un día la tripulación de Nautilus supo que alguien había comprado su embarcación y papeles de trabajo.
El alba era escarlata en la mañana que el nuevo capitán llegó a bordo. Proveniente de un puerto foráneo, trajo consigo un traje gigantesco de bronce y hierro. Centró su mirada en Nautilus, ciertamente había comprado el navío pensando en él. Era evidente que el capitán tenía una obsesión con un naufragio en particular, uno envuelto en la oscuridad incluso en un día despejado. La armadura de buceo podía resistir las profundidades del lecho marino durante mucho más tiempo que cualquier hombre, el tiempo suficiente para recolectar lo que estaba oculto en la oscuridad anómala.
La tripulación estuvo de acuerdo en que era mejor trabajar que morirse de hambre, así que Nautilus se colocó el traje. Era tan pesado que la cubierta de madera crujía por la carga. El pánico se apoderó de su garganta cuando se percató de que no tenían nada para ofrecer al océano. El capitán foráneo dejó escapar una carcajada mientras Nautilus era sumergido en el agua. Le aseguró a la tripulación que, lo que fuera que protegía la Gran Barbuda, los haría a todos ricos, más de lo que pudieran imaginar en sus sueños más locos. Cuando Nautilus regresara a la superficie, harían su tonto sacrificio.
Conforme Nautilus se hundía, la luz de la superficie se difuminó y todo quedó en silencio. La respiración del hombre resonando en el traje de hierro era lo único audible. Fue entonces cuando algo surgió de las profundidades. Estaba siendo arrastrado hacia abajo y, por primera vez, Nautilus sintió cómo el miedo envolvía su corazón. Lo que su capitán quería no eran riquezas, sino un poder sobrenatural aletargado.
Nautilus se aferró a la cadena del ancla, su última conexión con el mundo en la superficie, y se impulsó hacia arriba, sin importar que lo que fuera que estuviera abajo intentaba hundirlo más. Pero el peso era demasiado. Cuando sus dedos metálicos estaban por surgir a la superficie, la cadena se rompió. Nautilus gritó dentro del traje, pero nadie pudo escucharlo. Cayó de vuelta al turbio remolino, aferrándose desesperadamente al ancla que se hundía. Oscuros tentáculos lo envolvieron, y solo pudo ver cómo el contorno tenue de su embarcación desaparecía. Después, todo se volvió negro.
Cuando Nautilus despertó en el fondo del océano, se había convertido en… algo distinto. La oscuridad ya no podía hacerle daño. El grandioso traje metálico era ahora un caparazón que lo envolvía, ocultando el vínculo que el poder primordial había desarrollado con su espíritu. Atrapado en las profundidades sin sol, solo podía recordar una cosa… la promesa rota del nuevo capitán.
Nautilus juró, allí y por siempre, que todos pagarían la ofrenda al océano. Él se encargaría de que así fuera.
Impulsado cada vez más por este pensamiento, se arrastró hacia la costa. Pero cuando finalmente llegó a Aguasturbias, habían pasado muchos años, y no pudo encontrar rastros del capitán ni de la tripulación. No había vida a la que pudiera regresar, ni venganza que pudiera cobrar. En su lugar, regresó al mar y desató su furia contra los ambiciosos, perforando sus embarcaciones con su poderosa ancla.
Algunas veces, en los vaivenes de las olas, los recuerdos lejanos de quien fue en otra vida emergen… pero el hombre que es Nautilus ahora permanece ahogado justo debajo de la superficie.
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